No lloraría por su muerte cuando se acordó mil veces del gran compositor Ali Primeira cuando cantó que “Aquellos que mueren por la vida no pueden ser llamados muertos, y de ahora en adelante está prohibido, um. ella llorar”. Pero sentí ganas de dejarlo ir.
Inmediatamente tuve miedo, pero Chávez no permite que mi mano, que domina en ese momento, suelte el lápiz. Quiere que siga escribiendo y que no me quede callado, quiere vivir en mí como vive en la gente noble de su pueblo. Podría desertar y perder fuerza como Nicolás Maduro cuando le temblaba la voz al dar la noticia, pero tengo que ser optimista y confiar en el valiente pueblo venezolano.
Tengo un sabor ligeramente amargo debajo de la lengua debido a esa extraña inseguridad humana que persiste después de dejar a alguien a quien amas, admiras o respetas. Me siento dividido en dos, un hombre que ve esto como un día cobarde y otro que se siente dividido. Ahora escucho las teorías de la conspiración, los golpes y las bombas que estallan en las montañas de todo el mundo.
La emoción del hombre hambriento que consiguió una vivienda digna 20 años después de las inundaciones que azotaron Caracas en la década de 1980, que hoy vuelve a pasar hambre, pero por ser huérfano. Ahora entiendo lo que dijo en su último discurso que vi antes de las elecciones del 7 de octubre de 2012, cuando dijo: “Chávez debe ser el pueblo, todos somos Chávez”.
Hugo Rafael ya no es una idea atrapada en su cabeza, como en una celda. Se abrió y dejó volar sus sueños como una bandada de pájaros. Hoy puede ser feliz de ser por fin él mismo, un hombre multiplicado.
Mauricio Leandro Osorio es un periodista y escritor cubano-chileno.
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