Aurelia todavía está en París cuando tiene lugar la Exposición Universal de 1900 y ni siquiera es contactada por Portugal para asistir, ella “que sería la mejor representante del país”. Ya sabes quiénes se van, “unas señoras de Lisboa”, escribe con algo de pesar, pues ya la notaron dentro de la Académie Julian, dice Maria João Ortigão. Pero el desalojo encaja bien, porque el medio artístico mayoritariamente masculino veía el trabajo de la mujer como “un amor y ella prefería no tener una relación con él, sabiendo que no la tomarían en serio”, prosigue Raquel Henriques porque Silva sale.
Antes de regresar a Portugal, Aurelia y Sofia viajaron extensamente por toda Europa. Bretaña, Normandía, Venecia, Suiza, Alemania, Holanda y Bélgica fueron algunos de los lugares que visitaron y donde visitaron con detenimiento los museos más importantes. Los viajes continuaron después de regresar a casa, pero con menor intensidad, aunque siempre que fue posible fueron acompañadas por las hermanas más ricas María Helena y Estela y sus maridos.
Sin embargo, la casa de la Quinta da China, del lado de Campanhã, era su mundo favorito. “Un lugar muy especial”, como explica Raquel Henriques da Silva, llegada de Chile con poco más de dos años. Allí crece bajo la protección de su madre, la muerte de su padre no parece afectarla mucho, y entre hermanas, en un ambiente femenino que siempre le será familiar y querido. “Adoptan y crían a dos niñas”, dice este historiador, niños que suplen la falta de hijos ya que no todos se casan. “Y su pintura expresa esa comodidad del hogar. Vive bien, la familia mantiene todos los sólidos valores que impone la sociedad, y en una economía autosostenible como la de la finca desarrolla el gusto por el arte. En los cuadros se integran las labores del hogar, los trabajadores y toda la vertiente doméstica, tanto en el interior como en el exterior. No sale mucho, le gusta mucho esa humildad del hogar que tan bien conoce y donde la fiesta también es una realidad, pero tampoco lo hace porque desprecia una vida social hueca y con sentido, tal vez este fue el ‘gentil’ Rebelión de una mujer sutil y reservada”, como dice Maria João Ortigão. Da clases de pintura en casa sola, como lo hacía de niña, y vende, vende mucho en Oporto, donde se nota su talento desde temprana edad. Recibe encargos, bastante, y pinta de todo: flores, retratos, bodegones, paisajes, interiores, iconos… Y también pinta para sí misma”. Muestra ese sentido muy fuerte de la profesión, la necesidad de vender y el conocimiento que puedes vender”, dice Raquel Henriques da Silva.
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